dissabte, 3 d’octubre del 2009

QUIÉN TE DIO PERMISO- CAPÍTULO III

Una nueva entrega, queridos lectores, más detalles sobre el desván y un misterioso baúl, un arcón desconocido, intruso, extraño en medio de un mar de objetos íntimamente conocidos por Amira, un objeto que al parecer tiene intrigada a nuestra protagonista en modo sumo y que al mismo tiempo tiene el poder de incomodarla...¿queréis saber más? pues adelante.....





Para los rezagados:

Capítulo I
Capítulo II




QUIÉN TE DIO PERMISO. CAPÍTULO III

El atizador de hierro forjado que había substituido al abrecartas de Ernesto era todo mi armamento y por munición me bastaba la rabia hirviendo en el diafragma. De nuevo aquel sonido quejumbroso parecía alzar su particular grito de guerra y la luz que entraba por los porticones abiertos de las pequeñas ventanas se mantenía en la retaguardia, cosa que no favorecía en nada a mi bando.

La verdad es que en aquellos momentos bendije a mi abuelo y a su manía de guardarlo todo, aunque ya no sirviera para nada. Recuerdo que él siempre decía que era un puro acto de respeto por los objetos, que si en su día habían sido utilizados e incluso algunos de ellos admirados, no se merecían una destrucción sin pena ni gloria en el cubo de la basura. Yo creo que de haber podido, el abuelo hubiera guardado hasta las arrugas argumentando que cada una de ellas tenía su propia historia y seguro que lo hubiera hecho muy serio, porque él era serio sobretodo cuando interpretaba el papel de “cabeza de familia”, y correcto por llevar el apellido Miraflores, y también fuerte por los años de duro trabajo. Puede que un tanto rudo en sus expresiones de afecto, pero a mí me gustaba ese hombretón de cabello cano, que sabía mirarme como si yo fuera un regalo, creo que en el fondo siempre fue un sentimental. Yo le respetaba mucho porque aunque en público no se prodigase en abrazos, la quiso hasta el final, y la quiso de verdad. Alguna vez los había visto pasear por el jardín de atrás, cogidos de la mano, deteniendo el tiempo en sus bocas que ni siquiera sospechaban que unos ojillos negros estaban devorando cada uno de los gestos. Murió vomitando su nombre… Victoria….

Noté cómo la vena se marcaba un chotis en el lateral de mi cuello y cómo el calor le preparaba expresamente a mis mejillas, un simulacro de un día cualquiera en el infierno, un último esfuerzo…. sólo un poco más…. las manos estaban a punto de sufrir una lipotimia y me dolían sobremanera las rodillas, lo intenté de nuevo, sólo un poco más….. sólo un poco….

De pronto me encontré cómicamente sentada en el suelo, con las piernas abiertas, el atizador en una mano y uno de los tiradores del cofre en la otra.

Bueno y… ¿ahora que? El impulso inmediato fue abalanzarme literalmente sobre el cofre y sumergirme en lo que fuera que contuviese, pero algo difícilmente explicable me detuvo, era una sensación de miedo visceral que iba abotargando mi voluntad lentamente, seguía sin entender que Victoria no me hubiera hablado nunca de aquel baúl….

Siempre me entendí con mi abuela mejor que con ninguna otra persona en este mundo, sabía escucharme con tanta paciencia…. cómo se escucha a los viejos contar sus batallas, pero en este caso, invirtiendo los papeles, yo narraba y ella escuchaba. Me pasaba once meses al año anhelando la llegada del verano para poder subir a la buhardilla y encerrarme con ella durante horas, a inventar historias, entre vasos de leche fría y pasteles de coco. Escogíamos a un miembro cualquiera de la familia, y basándonos en su entorno real, lo deformábamos y reinventábamos hasta convertirlo en una historia fantástica que sobrepasara cualquier parecido con la realidad.

Pero estaba claro que algo quedó en el tintero, tan claro como que aquel arcón no me daría respuestas si no me atrevía a mirar en su interior, así que…

Un precioso vestido de novia, unos cuantos collares de poco valor, un juego de tocador y una caja.

Una caja rectangular de madera de roble barnizada, con láminas finísimas de cobre incrustadas asimétricamente en la superficie de la tapa, agradable al tacto y esta vez, sin cerraduras contra las que forcejear. En su interior un fajo no muy grueso de cartas atadas con una cinta de seda amarilla, perfectamente alineadas y ensobradas, como si se hubieran querido preservar del polvo y del tiempo, casi amorosamente. Desaté la cinta con cuidado, y seleccioné la primera carta basándome en la fecha del matasellos.

Fue entonces cuando reparé en ello, ¡la dirección!

Vamos cógelo…. Vamos… Hola?… Hola! Escucha Tomás…en el arcón… ¿qué? ¡Ah, qué tonta! El arcón de la buhardilla..., no he tenido tiempo de…. bueno, ya te contaré. Ahora necesito tu ayuda, escucha, ¿qué te dice la Calle Carlets número 13? Exacto, sí, el callejón de detrás. ¿Se te ocurre algún motivo por el que esa dirección tuviera algún vínculo directo conmigo? Es todo tan extraño…. Sí, a mi también me sonaba algo así… qué interesante… pero.. ¿los Deulofeu de la Miranda no abandonaron la casa familiar hace más de cincuenta años? ¿no se trasladaron a la calle principal del pueblo?, ¿cómo te explicas que tenga en mi poder un fajo de cartas y que todas sin excepción hayan sido remitidas a esa dirección? Incluso la última que es de hace apenas unos meses! Si, cartas… te lo contaré todo… con calma, que sí… lo prometo… ¿quieres hacerme caso? Esto es importante. La abuela tenía esas cartas en el arcón…Todo esto no tiene ningún sentido.
¿Qué?... bien, no le cuentes esto a nadie, hablamos luego… buenas noches.

Imagino que el miedo a lo desconocido es uno de los fantasmas más antiguos del ser humano, y cuando se apodera de la boca de nuestro estómago se crece en tal medida que bien podría convertirse en la pesadilla de uno de los terrores nocturnos que me asediaban de pequeña. Ahora tengo la misma impresión, como si mi estómago estuviera sentado en el extrarradio de la boca del averno, a punto de adentrarme en un mundo repleto de realidades diferentes que de algún modo están directamente relacionadas con lo oscuro, y eso me provoca vértigo en el alma.

Gracias por llamarme de nuevo. No, no estoy más tranquila y no, no me he atrevido. Escucha, he estado pensando y… mira, no te parece un poco extraño que Don Arturo haya estado siempre paseando por esta casa como un miembro más de la familía? Sí ya lo sé, no es solamente el albacea, sí, siempre se le ha aceptado como a un familiar…., pero es que es precisamente eso Tomás! eso justamente…. Sí, en eso llevas razón, nadie se hubiera atrevido a arrugar la nariz con nada de lo que pudiera hacer o deshacer la abuela, menuda era Victoria! Pero de todos modos, a mi me resulta muy raro que hayamos aceptado todos con tanta “naturalidad” que el notario de la familia nos acompañara siempre a todos los eventos familiares… que estuviera presente en las fechas importantes, bodas, partos, bautizos, cumpleaños, no sé, que pudiera presentarse a cualquier hora y sin avisar, en fin …, que se comportara como uno más de nosotros. No me lo había planteado nunca antes pero… la verdad es que es raro… ¿no te parece?

(continuará...)
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"Quien te dio permiso", novela corta merecedora de accéssit y mención especial en el certámen de novela corta Katharsis 2008.

5 comentaris:

Amando Carabias ha dit...

Avanza el misterio. Un secreto por descubrir. Un nudo de alguna vida que nos acercará a alguna experiencia trascendente para alguien. Quizá para la protagonista.

Isabel Huete ha dit...

Jo, qué guay! Me encanta la atmósfera que has creado y me embarga la curiosidad sobre lo que descubrirá en las cartas y el papel que juega el tal Don Arturo. Eso es lo bueno de una novela, que una se quede con las ganas de saber más.
Besis, corazona.

Anònim ha dit...

Hoy querida Marian leí los 3 capítulos publicados, me atrapo la historia, quedo a la espera del próximo. Besos.

Isolda Wagner ha dit...

Salimos de una y estamos en otra, el misterio constante, me gusta, me gusta.
Besos enigmáticos.

Pedro Ojeda Escudero ha dit...

Atentos a la continuación. Qué intriga.