dijous, 9 d’octubre del 2008

MIRADAS, MIS LECTURAS MÁGICAS

Cada uno decide donde demorar sus ojos, hasta quemarlos si hace falta. No todo lo que se lee deja huella, sin embargo hay ocasiones en las que el descubrimiento de un autor en cuestión, marca el hilo conductor de un pequeño giro en las pupilas, algo que ya no tiene vuelta atrás, puede que el matiz sea casi inconsciente, minúsculo como micro-partículas, o modificaciones infinitesimales en la cadena del ADN de nuestra manera de ver y entender la poesía, pero del que ya no podremos escapar jamás. En esta sección, introduciré aquellos autores que se han convertido en mis “vacas sagradas”, en mis lecturas mágicas, y a quienes desde aquí, les rindo mi personal tributo.

Por supuesto esta sección estará en progreso y actualizaciones continuas, ya que mis ojos siguen llameando por la vida y la obra de lo poético, sin rendirse jamás.

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MANUEL VÁZQUEZ MONTALBAN



Sencillamente un genio. Lo conocía como periodista y como novelista, pero el día que llegó a mí como poeta, me atrapó de una manera casi irreverente. La política hecha verso, su propio “momento” historico-social al filo del poema, su humor y su particular “honestidad poética” presentes en su obra, ocupan un lugar predilecto en mis “oraciones”.







Arte poética

Ideas lentas como libros
desplomándose, charcos en la calle
chorretes de sangre en las primeras
páginas
piernas, piernas con curva
blanda remontándose y bragas
blancas como un apósito
mortajas
de leacril y dentaduras rotas
alguien canta
sapore di mare, sapore
di sale
y en el sudeste asiático
la guerra McNamara cruza el río
se ahorca a un inocente en esta casa
aquí
junto a las tumbas de pioneros
del renacer textil de las betes
i fils
se ahorcan simplemente, europeamente
soy un poeta militante, camarero
un gin tonic
por favor

llega un poeta blando de sangre
más que roja, pide peppermint
y canta
sucede que me canso de ser célibe
marfiles de tus senos, paisajes
de tus lomos deslomados, oscura
sima, oscuro el mundo, pedazos
de brea y olor a paño limpio, un bidet
respondón
y la tierra, tesis sensual
la antítesis de un limonero seco
culpable el capital del furor, uterino
el tablón de salvación
viva la revolución

austero pasa Blas de Otero, romanza

digo lo que quise decir
y no dije
ya está dicho
¡ay Calatrava de Arriba
mulas sorianas, cabras
al monte!

tirad
tirad de España
la España insana a la mar
a la mar, a la mar
tirad, tirad
que también el pueblo nos espera
con ritmo de habanera

y llega
el cartero con una carta de Celaya
(personal)
subo, bajo, lloro, como
amparo la amparable, ira
por no escribir endecasílabos, soy
el que soy, algo buen chico
me gusta la tortilla de escabeche
el pueblo –Sancho fetén–
me canso
de ser buena persona
volverán
las oscuras golondrinas en tu balcón
sus nidos a colgar

pero grita
airadamente López
Pacheco comunero
más comúnmente que nadie

pongo
pongo el pie
pongo el pie sobre
Castilla
silla de España
y no me extraña
palpar la revolución
al son
de la charanga alada
alzada
sobre un millón de muertos
y entuertos
de una generación

suavemente desliza Guillén (Jorge)
sabiduría antigua, sí, pero no, ser
y no ser
no sé, dice, la inquietud
del círculo ser, no ser repollo
cuatro lados tiene un aro, sol
y regadíos manchegos, muerte
geométrica, patadas en los huevos
dictadura y argumento ontológico
dijo el necio en su corazón no hay
gente como la de Tudela
y era
el necio era de Astorga, entidad
del paraguas en un congreso, my dear
my dear my dear, soy
Jorge Guillén lecturer nada argelino
más bien Sartre, la inquietud de la flor
no ser bomba, la inquietud
de la bomba no ser flor

entonces
un ajado sonetista municipal, hipo
condríaco de Cuenca, tal vez de Reus
o de Almería, deleita con sus versos
a histéricos materialistas huecos

ingratamente canto la amargura
soez de Leonor la bien amada
canción que brotó desesperada
verdinegro horizonte de llanura
entre el estiércol caqui castellano
los gallardetes blancos catalanes
la imperial empresa mano a mano
no comprende Leonor tras los cristales

celosías de páginas de anuncios
buenas son las hermanas ursulinas
cantan juntos diecisiete nuncios

mas Leonor cual pequeñísima burguesa
no comprendió al beato progresista
y estableciose de puta a la francesa

envejece el vaso
el gin tonic
anochece húmedamente, imposible
escribir entre brisas de drugstore
rumores de hojas desnudas
pasan
muchachas anchas como lechos
periódicos grises
como despedidas.

Links de interés:
www.abelmartin.com
www.vespito.net

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EDUARDO MOGA

A mi juicio, uno de los mejores poetas contemporáneos. Mi aproximación a su obra sigue en evolución, porque a Moga hay que saborearlo sin prisas, con ciertos aliños que me recuerdan a Dámaso Alonso y otras cocciones de Aleixandre, su poesía particularísima y mayúscula me hace siempre tiritar.

Fragmento de La Luz Oída:

[QUÉ DENTRO HAY UN SOL…]

Qué dentro hay un sol. Cómo grana en el ataúd
invisible del cuerpo. Cómo arraigadamente
brilla, con qué penumbra de asombrado meteoro,
con qué óptima quietud. Bosques en vilo esperan,
junto al acantilado, que se vacíe el fuego
que impregna la noche. Es la tea, cerrada,
que regresa; es el rayo inverso que revela
con su voz seminal las posibilidades
del hielo. La ceniza se desangra. El cereal,
acercándose, busca gargantas donde hurtarse
a las ardientes lluvias, cimientos para el puente
que sólo han de pisar los vivos, los inermes,
los que han sanado. Toros que respiran como arcos
tensados: aún no. Acérrimos caballos
que optan por el seísmo: no. Agua que se vertebra,
como un súbito cuello, o clavos que la hieren:
todavía no. Tierra sin sexo que ofrece
su vuelo, su lentísima energía, a los árboles
impacientes; penínsulas faltas de sol y omóplatos,
donde vertiginosos peces, inacabados
todavía, ignoran el fluir de los sudarios.
Es demasiado pronto para el tiempo. Los líquenes
crecen en las saetas disparadas. Los fetos
brotan como cardumen y esbozan fidelísimos
músculos, pero encuentran, antes de concluirse,
su cadáver exacto. Los galápagos son
jóvenes como el frío. La carne es un minúsculo
tren. El cielo se va. Los ojos, detenidos,
son jazmines sin ímpetu. Sólo un viento de huesos
que protestan agita los cuerpos indecisos
para que vean cuántas ruinas en el latido,
con qué germinación los sombras cristalinas
vuelven a su semilla. El silencio contiene
silencio de mar, pétalos de explosiones, eclipse
de volcanes, fusiles que relinchan, cerveza
inaudible; designa los sonidos, los piensa
con paciencia de miel, con terquedad de proa,
como si fueran, ay, el aire de un insólito
cadáver o las ígneas mieses en cuyas simas
se enamoran las águilas [...]

[La luz oída (fragmento: vs. 1 a 40) –Madrid, Rialp, 1996]

Y prosiguiendo con esa aproximación lenta, os cuento:

Tener en mis manos un libro (o dos, o tres) de Eduardo Moga, es una experiencia casi mística, sí, porque Moga es en cierto modo místico, evidentemente no estamos hablando del misticismo al uso de San Juan de la Cruz sino de una mística particular, donde sin desprender los pies de la experiencia terrenal, la palabra se eleva y asciende a otro plano, un plano desgarrado y lacerante, donde “el cielo se va”, y los ciclos de creación y destrucción o la concreción incomprensible del ser, están patentes de manera quirúrgicamente precisa.

Os propongo un breve paseo por tres de sus libros, vamos allá.

Iniciamos la ruta en “El Corazón, la nada” (1999), los poemas toman cuerpo de bloque, de pequeños fragmentos de prosa en los que la poesía nos desarma, nos desbanca, donde cada palabra tiene su preciso lugar y espacio, con todo su peso (porque el peso de las palabras es importantísimo en la obra de Moga) y conformando una respiración enérgica dentro de un escenario trascendente, donde ese misticismo particular del que hablaba flota por todos los rincones del libro:

“Tu materia lo es: nada. El cuerpo en tu nada, la nada que late, el espesor invisible: lo hueco ha creado la carne. Sigue, junto a la cama, la ropa confusa, la indiferencia de los zapatos. Tu oscuridad ha olvidado la tibieza en que resides, la rígida tormenta, el nombre. Sangras, como mis ojos, leche quieta. Ya no hay conocimiento en tus poros, sino una hendidura en el sueño que revela tu extinción.

El fuego detuvo el polvo de la nada y trocó en lluvia el silencio que goteaba como la piel, como la demolición futura.

En tu cuerpo recuerdo el aire. Fluye la linfa de la luz. Duermes en el insomnio y en tus axilas hay silencio”

Esos versos cortos, anidados bajo la piel del conjunto, otorgan sensación de sentencia a los poemas, el lector se siente sumergido ante una mirada observadora, la del autor, que desde una supuesta distancia objetiva, nos lanza en caída libre a la subjetividad de su pensamiento desnudo y, a veces, descarnado.

“Llueve silencio, sequedad, e las sábanas. Desde la penumbra observo cómo te quema la quietud y el aire se posa, derruido, en tu negrura. Una hiedra ausente ha ocultado los caminos. En la sombra anidan sombras muertas. La distancia es fría como el viento.

Lluvia inmóvil. Pese a tu cuerpo, soy.”

Poeta de contrastes, sus figuras juegan con la humedad de las palabras, con lluvias inmóviles, mañanas embarrancadas, sangre desecha en las hélices del tiempo, metal que se desvela, ceniza que gime, piel que se cierra, nichos que susurran miradas, luz que se palpa de noche, latidos que se comen, transparencias oscuras, olas ardientes, soledades tensas de tarde, azules lentos, música fetal, ojos que escriben después del olvido, el musgo, la muerte… todo un microcosmos que Moga combina para que, con sus matices grises y existenciales, podamos sin embargo flotar.

Proseguimos nuestro paseo por “La montaña hendida” (2002), donde siguen las sentencias, esta vez los versos juegan con el espacio, interaccionan con el papel y con las pupilas del lector, entran, salen, se muestran caóticamente ordenados y dotan de una movilidad sinuosa al erotismo salvaje y tremendamente elegante que protagoniza este libro.

“La saliva, vertical, ilumina las mucosas”

“Tu humedad, bóveda veloz/ tú, cuchilla lábil/ en el ojo de la noche./Antes, los transeúntes lamían el atardecer/ como tú lamías mi mirada/ y ciclistas fosforescentes sobresaltaban tus yemas/ asomadas al temblor”

“La boca, derribada, se endurece:/ no la dignifican los pechos,/ ni el clítoris líquido como la llama”

“En el silencio cae leche”

“La ternura vive en el himen, y en el caos”

Moga sorprende siempre, y de entre sus muchas habilidades, está la de combinar un arrebato de lirismo absoluto, de esos que te dejan fuera del mundo, al ladito y de la mano de la cotidianidad más inmediata:

“Porque la carne escribe sombras/ y la lengua visita los párpados/ y la mecanografía”

Y no sólo eso, yo me atrevería a decir, que en este libro (que sin duda alguna es tremendamente carnal), está implícito ese sentimiento trascendental a través del sexo, el sexo vivido como sublimación, como motor, como razón y argumento. Se enmarca dentro de su paleta de colores, gris-negro, por lo que figuras como el metal, el azufre, trozos de tumba y tibieza, o vísceras que proyectan su sombra, no iban a abandonarnos ahora, pero lo más fascinante de todo es que suenan exquisitas en este viaje alucinante por el deseo, yo lo concibo casi como un sólo cuerpo, con sus diferentes partes, pero como si en realidad se tratase de un único poema, y os aseguro que es el mejor y mayor poema lírico-erótico que he leído jamás.

Y llegamos a “Cuerpo sin mí” (2007), yo diría que éste es el libro donde mejor se combinan todos los elementos ya citados que, bajo mi punto de vista, conforman el ADN de la escritura de Eduardo Moga, es decir su misticismo (vanguardista, pero misticismo al fin y al cabo) y su cotidianidad, en el que el uno lleva al otro y viceversa.

“La claridad/ se endurece en la nieve: es ácida/ como la nieve/ y arraiga en ella, hasta alcanzar/ el centro del instante, el borde del instante, el cansancio que impregna las palabras/ heridas por la miel/ inalterable de lo sido./ Todo naufraga ahí, y se perpetúa./ Y las tinieblas/supuran/evisceradas por la claridad.”

“La luz tropieza/ en los nudos del aire/ y, en su caída,/ produce/ sonidos/umbríos”

Fin de trayecto, pero antes de apearnos definitivamente, y partiendo de la base de que yo no soy filóloga y no pretendo en absoluto hacer un estudio exhaustivo de la obra de este grandísimo poeta y por tanto subrayo que éste es un artículo de opinión en el que tan sólo expreso mi visión de sus hechos, me gustaría finalizar apuntando que la poesía de Eduardo Moga no es amable, no se trata de poesía aséptica ni arquitectónicamente estructurada, la obra de Moga es exigente con su marco grisáceo, con esa atmósfera de fríos y destrucciones amparadas por cierta luz oblicua, donde la muerte es tan cotidiana como el te, donde nos espera desde el alambre del día, y nos regala desde el ingenio casi visual de sus imágenes, el esplendor de la poesía en mayúsculas. Intuyo además cierta influencia de Vicente Aleixandre, en su fase irracionalista, donde coinciden algunas texturas, como la presencia del metal, las figuras “blandas” o “lentas”, o el uso de la fórmula interrogativa como ponteciador del discurso del texto.

Y ahora sí, tan sólo añadir que os recomiendo vivamente que os hagáis con cuantas obras podáis de Eduardo Moga, y las disfrutéis despacio, muy despacio.

Links de interés:
www.eldigoras.com
lasafinidadeselectivas.blogspot.com
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SERGIO GASPAR

Nació en Checa (Guadalajara) en 1954. Reside en Barcelona. Es fundador de la editorial DVD ediciones, empresa que dirige desde su creación. Ha publicado los libros de poemas Revisión de mi naturaleza (1988) y Aben Razin (1991), además del libro de artista El caballo en su muro (Luis Burgos, 2004), en colaboración con Ramón Zuriarrain.

La verdad es que se prodiga poco y eso es casi pecado, para hablar de él, mejor sumergirse en su obra.


Fragmento de Aben Razín:

El agua tiene nombre. Jamás consigue pronunciarlo. Se confunde de sílabas, error de ondas, de sones. No lo pronuncia nunca. Mas lo custodia, apasionada, fidelidad de fuente, continuidad de cauce, en su memoria de agua. La piedra tiene nombre. No lo pronuncia nunca. Proyecta labios. Persigue lenguas, por su interior de piedra. Sin encontrar los labios con que poder gritarle a un aire sin oídos, a un polvo que ha crecido sin oídos, en mundo irremediable, el nombre que no acierta a pronunciar. Pero su nombre. La piedra tiene nombre. Los montes tienen nombre. Las casas tienen nombre... Yo llego y lo pronuncio: Albarracín, éste es el nombre.

¿Para qué sirve un paisaje? ¿Para enterrar los muertos que levantaron sobre él los seres que supieran sepultarlos? Qué derroche de cuerpos, en busca de otros cuerpos que les asegurasen sepultura. Todo hijo es un deseado enterrador. ¿Para esto sirve el fango? ¿Para cambiar de fango, caminándolo? ¿Y el aire? ¿Para cansar más aire, respirándolo? ¿Para qué sirven los paisajes? Quizá no sirvan, y existan solamente. Como nosotros, sus ocupantes, que servimos tan sólo para existir. Y pronunciar los nombres. El agua tiene nombre. La piedra tiene nombre. Los montes tienen nombre... Yo llego y lo pronuncio: Albarracín, éste es su nombre.
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CARLOS VITALE



Nació en 1953 en Buenos Aires (Argentina). Es Licenciado en Filología hispánica y Filología italiana. Entre otros libros, ha publicado Unidad de lugar (Editorial Candaya, Barcelona, 2004), Fuera de casa (Emboscall Editorial, Vic, 2004) y Descortesía del suicida (Editorial Candaya, Barcelona, 2008). Asimismo ha traducido numerosos libros de poetas italianos y catalanes: Dino Campana (Premio de Traducción “Ultimo Novecento”, 1986), Eugenio Montale (Premio de Traducción “Ángel Crespo”, 2006), Giuseppe Ungaretti, Gerardo Vacana, Sergio Corazzini (Premio de Traducción del Ministerio Italiano de Relaciones Exteriores, 2003), Amerigo Iannacone, Umberto Saba (Premio de Traducción “Val di Comino”, 2004), Giuseppe Napolitano, Sandro Penna, Emilio Paolo Taormina, Antoni Clapés, Joan Brossa, etc. Reside en Barcelona desde 1981.

Acercarse a Carlos Vitale implica un exitoso reencuentro con la electricidad, porque así es como creo que hay que aproximarse a Carlos Vitale, con los huesos desnudos sobre los charcos de su agudeza pero con los pies calzados para resistir los fenómenos térmicos, luminosos y químicos hasta el final.

Sencillez en el tramado, suavidad en la textura y una ligereza extraña que en vez de volar golpea anclándonos en el placer del texto:

“una máquina de escribir atravesaba la noche. También mi pensamiento escribía su página nocturna”

No sé, leer a Vitale nos imposibilita de la manera más absoluta ante la impasibilidad. Poemas como “Un reto para la ciencia” que en plena página y sin más paliativos vomita desnuda un solo verso: ¿La desgracia es genética?, nos deja así, desnudos y vulnerables ante el espacio y sus márgenes, con el desmayo en las sienes y un silencio lento, que vuela y sostiene el verso en suspenso, ingrávido pero rotundamente real, creo que hasta el lenguaje artístico de Brossa se hubiera quedado con la respiración de sus vocales alterada.

Yo me atrevería a decir que el reto no es tan sólo para la ciencia, si no para la palabra en sí misma, para alcanzar esa desnudez primigenia que en manos de Vitale la hace quirúrgica, precisa y envolvente al mismo tiempo, y que nos lleva de la mano hacia un mundo muy particular, donde las trincheras están repletas de puertas condenadas que dicen más de lo que apuntan, poemas-definiciones que nos lanzan máximas como dardos cuya única diana es el límite de la cuenca de nuestro pecho (no os perdáis Microeconomía y me entenderéis perfectamente), y un torrente de poemas denuncia, que sencillamente nos delatan, nos suben los colores y nos dejan en cueros, y para muestra un botón:

De su libro Descortesía del Suicida:

LAS CUENTAS CLARAS CONSERVAN LA AMISTAD

Dos escritores se conocen en la presentación de sus respectivos libros. Dado que simpatizan de inmediato y ambos ignoran la obra del otro, acuerdan no leerla para prevenir que un eventual juicio desfavorable enturbie su naciente amistad. Los dos cumplen su promesa y, por ello, su estima se afianza cada vez más hasta el final de sus días.

UN POETA

En la cena posterior a la entrega de premios, un poeta denostaba los premios literarios y vituperaba a todos pospresentes. Era uno de los premiados.

El humor llano a veces, el sarcasmo inteligente y sutil, el toque irónico y abofeteante de los poemas y textos de Vitale, el juego íntegro entre título como tarjeta de visita y texto (como sucede por ejemplo en “Borrador”, en el que la interacción entre título y poema es casi como el guión del monólogo más corto del mundo), y la belleza extraordinaria de las imágenes hacen de la lectura de este poeta una experiencia infinita.

Links de interés:
www.eldigoras.com

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LUIS GARCIA MONTERO

Poeta y ensayista español nacido en Granada en 1958. Doctorado en Filosofía y Letras por la Universidad de Granada. Es uno de los poetas más significativos de la poesía española de hoy. Actualmente es profesor titular del departamento de Filología Española de la Universidad de Granada. Es además de prestigioso poeta, un consagrado ensayista y columnista de opinión. Entre los numerosos premios que jalonan su brillante carrera, se destacan el premio Federico García Lorca, el premio Ciudad de Sevilla, el premio Loewe, el Adonais y el Premio Nacional de Poesía en 1995. En 1999 estuvo nominado para el premio Cervantes, máximo galardón de las letras españolas.

Su obra poética consta de los siguientes volúmenes:
«Y ahora ya eres dueño del puente de Brooklyn» y «Tristia» en 1980, «El jardín extranjero» en 1983, «Rimado de ciudad» en 1985, luego publicó «Diario cómplice» en 1987, «Las flores del frío» en 1991, «Habitaciones separadas» en 1994, «Casi cien poemas» en 1997, y «Completamente viernes en 1998».


Otra de mis lecturas mágicas, la obra de Luis García Montero, sobre todo la comprendida entre los años 1982 y 1987, genialidad tras genialidad cosida por los versos y sostenida en los andamios del poema, hay que mantener la respiración bien quieta cuando se lee a este hombre, para que ni el más ínfimo ruido perturbe el vuelo del poema.


BAJO LA LUZ QUEMADA...

Bajo la luz quemada,
tienen frío los ojos con que buscas
estas horas de octubre
y su jardín manchado de ginebra,
hojas secas, silencios
que de nosotros hablan al caerse.

Porque si ya no existe,
aunque nadie se ocupe de sus solemnidades,
hay noches en que llega la verdad,
ese huésped incómodo,
para dejarnos sucios, vacíos, sin tabaco,
como en un restaurante de sillas boca arriba
ya punto de cerrar.
-Nos están esperando.

Nada sé contestarte,
sólo que soy consciente de mi propia ironía,
porque el hombre es un lobo también consigo mismo
-Nos están esperando.

Negras y en alto, buitres silenciosos,
nos esperan las nubes en la calle.

Links de interés:
www.cervantesvirtual.com
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FEDERICO GALLEGO RIPOLL

Federico Gallego Ripoll nació en Manzanares (La Mancha) el 24 de febrero de 1953. Ha cursado estudios de Turismo en Madrid y de Teología en Barcelona.
Integrante del grupo de poetas que editaron entre 1993 y 1996 los cuadernos de poesía Bauma y miembro fundador, junto a Jordi Virallonga, Concha García y Eduard Sanahuja, del "Aula de Poesía de Barcelona" .
Es poeta y dibujante: (miniador de códices, pintor de abanicos y diseñador de ex-libris.) Desde 1995 vive en Palma de Mallorca.

Mi aproximación a su obra llegó de la mano de Por vivir aquí (1980-2003). Antología de poetas que, en Cataluña, escriben en castellano, Madrid, Bartleby Editores, 2003, y como suele sucederme en ciertas ocasiones, ya no me desprendí de este poeta nunca más.

El su poética nos dice:

“LA PALABRA poética siempre es primordial: ni precisa ni utiliza explicación. La palabra poética cae o brota o empapa; mana desde su propio centro y no es importante ni no importante. Es lo que es. Y decide cuándo se da, y cómo, y a pesar de quién, y en qué modo ha de escribirse el poema. Ella manda.

LA PALABRA poética siempre es exenta. No acata servidumbre ni dispone de andamio. Su armazón es interno; el propio nervio de su fluir la levanta y proyecta. Escribir es encender hogueras. Y no se trata de caminar sobre las cosas, ni por el borde de las cosas, sino dentro de las cosas. Es ruin buscarle oficios profanos al fuego. No se deben malversar la risa ni el asombro ni el espanto. Hay palabras herramienta y palabras cimiento; luego está la palabra poética, en la que hay que adentrarse desnudo.

LA POESÍA habla con la voz del desconcierto. La poesía se inventa a sí misma mientras se escribe. A veces se sorprende al contemplarse reflejada en el espejo de su propia expresión escrita, porque la poesía es lo que existe un instante antes de su concreción en la palabra, y el hueco de color complementario que se advierte si apretamos los ojos con fuerza un instante después de que desaparezca. Acontece cuando el hombre le es propicio. Es un don de sí que precisa nuestro don de ser, nuestra aceptación y complicidad, el gesto de nuestra mano, nuestra mirada. La palabra poética funda al poeta, lo fundamenta, lo justifica.

[De Por vivir aquí (1980-2003). Antología de poetas que, en Cataluña, escriben en castellano, Madrid, Bartleby Editores, 2003, p. 41]”


OFICIO DE TINIEBLAS
Permanece la luz
aunque el día complete sus funciones
y los ojos decanten sus fluidos.
El oficio de ver
está en el centro mismo de las cosas.
Lo que ve es el afán de ser mirado,
lo perpetuo que existe en ese ritmo
de ser visto y de ver.
Mirar es respirar más allá de la vida.
Poner los ojos sobre el mundo es darle
nuevamente razón de ser.
Mirar
y ser mirado es ser
la posibilidad de la memoria,
ser recordado, recordar, ser ámbito
sobre el que no se extinga lo cesante.
No muere la mirada aunque muera quien mira
y muera quien, mirado, permanece.
(De Quién, la realidad, Madrid, Hiperión, 2002)

Links de interés
www.catedramdelibes.com