dimarts, 15 de setembre del 2009

Quién te dio permiso. Capítulo I.

Voy a contaros una larga historia... acomodaos.... esta es una de las tantas visiones de la mima, la que narra el desencuentro generacional entre tres décadas de descendientes femeninas de una saga familiar. Dentro de una atmósfera costumbrista, el desarrollo de tres historias marcadas por imposibles amores prohibidos y los desamores vividos por las tres protagonistas, se va desarrollando paulatinamente a través de una serie de cartas recibidas como legado testamentario por la más joven de las mujeres de esta historia, que va descubriendo poco a poco todo el peso de su pasado. El final, abierto, permite seleccionar una realidad “a la carta”, situando historia y personajes dónde el lector prefiera....

os apetece??

Empecemos pues.....

QUIÉN TE DIO PERMISO. CAPÍTULO I


Siempre he defendido la idea de que romper el silencio, cuando éste es habitable, suele ser relativamente fácil; sin embargo ahora no tengo más remedio que reconocer que no siempre se consigue ensanchar la garganta lo suficiente como para que la luz no te apuñale. Todo se vuelve absurdo, hasta mis propios pasos han perdido su partida de nacimiento. Voy dejando migas de mi nombre por el camino aunque sé que lo malgasto en cada metro que avanzo y ni siquiera me importa. Si de verdad hay que seguir viviendo tendré que buscar la forma de inyectarme una realidad que me haga alucinar lo suficiente para seguir recordando quien soy o quien era. O quizá no, puede que no haga falta recordar nada, quizá lo mejor sea olvidar toda la sabiduría que sentada a las cinco de la tarde en una silla de cáñamo, compartía conmigo los juegos de infancia; ahora parecen tan lejanos que también han encanecido en la memoria. Sí, olvidarlo todo para poder empezar a reclutar los ladrillos necesarios para subirnos al sol en otra vida. Es extraño, hace frío…

Recuerdo que entreabrí ligeramente los párpados y una luz grisácea asaltó sin piedad la delgada medialuna de mis pupilas. Intenté centrarme en mi propia consciencia, y distinguí una serie de manchas azulonas, trazos informes y un fuerte olor que acrecentaron mi sensación de aturdimiento. Mis brazos yacían inertes sobre una superficie rugosa con sabor a carcoma, en forma de U coronando mi cráneo ladeado y en reposo. Giré sutilmente la cabeza, espigándola un poco para obtener otro ángulo de visión pero sin despegarla todavía del perímetro de madera, y me encontré con un proyectil amenazador apuntándome directamente a la nariz, como si quisiera deshacerse de la ligera presión de mis dedos para practicar esgrima con el aleteo impaciente de las fosas nasales.

Mi vieja pluma, con la que tantos buenos momentos había compartido, que yo recordara, casi desde que la falda corta a cuadros y los calcetines de lana azul marino, (que se resistían siempre a abrazar otra cosa que no fueran los tobillos), se convirtieron en mis fieles compañeros, desde entonces, desde casi siempre, nunca me había separado de ella.

Me costó un mundo incorporarme, los hombros parecían haber intercambiado las articulaciones por bisagras oxidadas. Ese tufo tan característico seguía haciéndome compañía, olía a delantales negros, a balas de heno deshechas a quienes no les importaba la prisa de un reloj. Sí, ahora que los años habían asimilado el concepto “perspectiva”, se sentían generosos y me brindaban la oportunidad de etiquetar las sensaciones; la buhardilla olía a cuentos, a historietas de abuelos.

Me miré las manos. Lunares amoratados mordían el lateral de mis dedos como signo inequívoco de que la musculatura de mi pobre pluma había olvidado los pasos de baile necesarios y se deslizaba un tanto coja sobre el papel.

Puede que no sea elegante, pero tengo que reconocer que me gusta ese trazo grueso y desgarbado, me parece de una sensualidad que se aloja sin permiso en la zona salvaje del estómago de celuloide y una vez allí, conspira directamente contra la nuez del lector, detonando explosiones de un color indefinido pero que saben claramente a humedad. He visto como sucede, como empiezan a hervir y pretenden disimularlo a toda costa. Sí, me encanta provocar desde los márgenes en blanco, paginar el cosquilleo que sube venenoso hasta la boca, y esperar a que los ojos segreguen más saliva de la cuenta.

Centré mi vista en el trozo de papel cuadriculado que tenía delante. Una nota ejerciendo de verdugo que abofeteaba la sien sin piedad. Una despedida de quien me había descubierto un mundo lleno de imposibles, mi pequeño mundo de bolsillo, apto sólo para los lobos que saben volar sobre un bosque con ruedas.

Un par de gotas se fugaron del lagrimal expresamente, para aumentar mi sensación de naufragio. Entre nosotras había nacido un vínculo muy especial desde hacía mucho…. probablemente mucho más de lo que podía recordar y ahora, como en un tributo póstumo, me tocaba a mi pintarle el último retrato, reinventar las pecas de sus manos, alinear con sumo cuidado las marcadas arrugas de la frente, cada beso hecho rehén en la retina. Mi intención era peinar cada desierto cauterizado en la explanada inválida del corazón para poder abrir los armarios donde juntas lapidábamos las palabras acusadas de sedición, y construir un nuevo escenario desde donde adiestrar a los gusanos como caza recompensas del volumen de la muerte. Creo que ese era el mejor regalo que yo podía hacerle.

El caserón se estaba quedando frío y las perspectivas no eran muy halagüeñas, a menos que yo decidiera quedarme.... Tendría que hablar primero con la familia y decidir en “consensuada comunión” cual sería el mejor modo de proceder con los escasos bienes de los abuelos. No es que seamos muchos a repartir, pero supongo que todos querrán sacar la mejor tajada, y como siempre, entre sonrisas amables y posturas correctas tendrán lugar varias noches de prostitución facial, vestiditas de entrañables reuniones familiares para la ocasión.
Sólo de pensarlo me sale urticaria en la sesera, me sé de memoria la escena, casi puedo masticar los gestos. Todos dignos de recibir un oscar al mejor actor por la interpretación de dolor, entre pastelillos de almendra y copitas de vino dulce.

Se oyó una voz femenina un tanto estridente abriéndose camino desde el descansillo de la primera planta.

- Amira, baja ya que los tíos se marchan –
-Ya voy! –

Mis ojos se prepararon para la guerra, llevaba ametralladoras en la mirada mientras apretaba fuerte los dientes, -No me apetece dar más besos correctos ni escuchar más comentarios con sabor a frambuesa, la ración de ayer noche fue suficiente para provocarme un agudo ataque de diabetes-

Me levanté y me dirigí lentamente a la escalera de caracol que intentaba reconciliar mi pequeño universo con el resto de un mundo de conductas estudiadas que en cierto modo y muy a mi pesar, también me pertenecía. Posé mi mano en la barandilla y encaré las escaleras.

Algo en aquel preciso instante hizo saltar la alarma en mi inconsciente. Sentí, visualicé algo extraño, indefinido todavía, como una nebulosa en el cerebro, que me hizo detener en seco.

Volví atrás, repetí los movimientos, nada.

Lo probé de nuevo, más lentamente, y reparé en el espejo, el espejo oval de marco barroco y pátina dorada envejecida que ahora tenía en frente y que al tomar el descenso de la escalera se acariciaba con la vista en su desplazamiento lateral al dejarlo a un lado. Volví a mirar, inspeccioné con cuidado las imágenes reflejadas en busca de no sabía bien bien qué, intentando captar sensaciones más que entender lo que mi cerebro estaba computando. Cerré los ojos, los abrí de nuevo.

Entonces lo vi.



Un arcón. Ahora estaba claramente definido en la imagen del espejo, y estaba absolutamente segura de no haberlo visto nunca antes.

Me di la vuelta, esta vez con prisas, y me dirigí al extremo de la buhardilla donde el intruso reflejo se materializaba en todo su volumen y consistencia. Intenté abrirlo, pero los goznes estaban completamente oxidados.

Recuperé del escritorio el abrecartas del abuelo Ernesto, recuerdo que la primera vez que lo vi pensé que debía haber servido de palillo de dientes a los dinosaurios; hice palanca con él, con ansia, con furia, casi con ganas de reventarlo, ya no tenía claro si por el mero hecho de destrozar la presencia ultrajante de un elemento extraño en aquel espacio tan privado y familiar, o por la impaciencia de saber qué secretos contenía en su interior.

- Amira, ¿no bajas? Te estamos esperando! –

Bajé la escalera al trote, mejor acabar cuanto antes con las odiosas despedidas y regresar luego al desván, cuando las interrupciones hubieran cesado.

Cuando llegué a la puerta principal, Tía Aurelia y Tomás, estaban ya con un pie en el zaguán y el otro en la calle, enfundados en idénticos y casi míticos tubos de pana, crema para tía Aurelia y azul marino para Tomás.

- Hasta luego tía, cuida de ella Tomás. Vaya, veo que tío Tono ya está en el coche, dadle un beso de mi parte, de acuerdo?-.

- No tan deprisa muchachita. Si no fuera por el respeto que le debemos a mi hermano y a tu madre… te mereces un par de collejas, si fueras hija mía otro gallo cantaría, ¿te das cuenta que nos has tenido aquí más de diez minutos?, ¿te parece correcto?, Siempre te has comportado como una niña mal criada, no sé de donde has sacado esos humos. Ya sabes que en esta familia siempre hemos sido muy escrupulosos con estas cosas, hay que saber estar, es necesario. Además a tu tío no le gusta que le hagan esperar, no está bien, sinceramente María, eso no ha sido muy amable por tu parte.

- Pero tía no se lo tome usted así, por favor. Estaba en el baño, y le aseguro a usted que no he podido acelerar más mi proceso intestinal, por más control que tengamos sobre nosotros mismos, el esfínter tiene vida propia, usted ya me entiende…ah, y por cierto, nadie me llama María, procure usted recordarlo, si no es mucho pedir, claro está.

- Esto es el colmo de la mala educación! No me mires con tanta sorna, jovencita, ni busques la complicidad de tu primo que no te va a servir de nada. Tomás, espérame en el coche, ahora!. María, esto es inadmisible, si no pones remedio tú que eres su madre, tendré que hablar yo misma con mi hermano, quedas advertida.

No pude hacer otra cosa que agarrarme a la cintura de mi madre para minimizar el lumbago del que eran víctimas mis costillas ante el ataque de risa que invadió por completo mis pulmones, mi madre me acompañaba, a su manera, y podía notar el tímido tintineo de su abdomen bailando conmigo, acompasado.

De nuevo en la buhardilla, por fin ante el arcón, con el abrecartas en la mano haciendo palanca con todas mis fuerzas, un ruido irregular pareció indicar que las bisagras vencían. Falsa alarma. Sentía un agudo cosquilleo practicando escalada por mi estómago y ahogándome cuando me clavaba los hierros de su bota en la garganta.

Nunca antes había habido secretos, nunca había existido nada no familiar en aquella buhardilla que conocía tan íntimamente, nunca.



(continuará...)

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"Quien te dio permiso", novela corta merecedora de accéssit y mención especial en el certámen de novela corta Katharsis 2008.

La imagen del baúl pertenece a:
http://historiasdevaro.blogspot.com/2008/04/blog-post.html

7 comentaris:

JR ha dit...

ehhhhhhhhhhhhhh!
que sorpresa...
besos volados.

p.d.;comentario más profundo cuando la lea entera.

Anònim ha dit...

Ay Dios, si tu tía era así, bueno, pobrecita, el abuelo Ernesto también lo entendería.
En ese arcón me huele algo insepulto.

(nuestras calles han emepzado la fiesta)

Anònim ha dit...

Jajaja la buena de Amira. Qué buenos recuerdos.

Muac!

Pedro Ojeda Escudero ha dit...

A la espera de la continuación, con ganas.

Isolda Wagner ha dit...

Marian, qué historia tan bien escrita, da gusto leerla.
La seguiré. Un beso fuerte.

GEORGIA ha dit...

No dejarás nunca de sorprenderme...a Dios gracias

siempre mi abrazo para ti

Amando Carabias ha dit...

Por fin, por fin... Maravilloso. Me encanta ese ambiente en que nos introduces sólo con la primera frase. Ya espero la siguiente entrega con hambre.