diumenge, 11 d’octubre del 2009

QUIÉN TE DIO PERMISO. CAPÍTLO IV

Una nueva entrega, queridos lectores.....

Para los rezagados:

Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III




QUIÉN TE DIO PERMISO. CAPÍTULO IV

- ¿A qué hora empezará la obra de teatro, mami?
- Hija no empecemos…. Hemos quedado aquí a las cinco con Don Arturo que ha sido tan amable de desplazarse en honor de su amistad con Victoria, y los tíos vendrán a comer, y por favor, te ruego que hagas un esfuerzo y te guardes la provocación en el bolsillo de esos desastrosos tejanos que te has puesto, de acuerdo? Sólo por hoy, vale?
- Ya veo, o sea que tendremos sesión de “íntimo consuelo familiar” a partir de las dos, menuda faena! Las últimas voluntades de la abuela es un plato demasiado suculento como para perderse los preparativos, ¿verdad mamà? Se tienen que poner a cocer a fuego lento las tácitas sonrisas de reproches, las jugosas miradas de desaprobación, y los besos venenosos de rigor… lo que me extraña es que no hayamos muerto ya de indigestión.
- Amira! Basta ya. Anda, ayúdame a poner la mesa.
- Claro mami, por cierto, ayer cuando saqué la bandeja de plata para el té, me di cuenta de que una de las puertas de la vitrina tiene el cristal biselado un poco suelto, ¿quién arregla estas cosas?
- No te preocupes, avisaré a Rogelio para que se encargue, aunque tendremos que esperar a pasado mañana, los sábados no trabaja.


Los tíos y Tomás llegarán puntuales como siempre y me apuesto lo que queda de mi orgullo a que traerán un par de bandejas de pastelillos de almendra y una botella de vino dulce… como si los viera… con eso darán por bien pagada su presencia en esta casa y el derecho a hacer y deshacer a su antojo.


- Mami… tú crees que tía Aurelia se irá algún día del todo?
- ¿Qué quieres decir Amira?
- Es que me da la sensación de que no se fue de aquí al casarse con tío Tono, yo creo que nunca se ha desentendido del gobierno de esta casa, si te fijas, sigue apoderándose contundentemente del espacio y del tiempo a la que cruza la puerta del zaguán, y lo hace con tanta autoridad y desparpajo que nadie ha sabido impedírselo nunca.
- ¿Hay moros en la costa, Amira?
- No, estamos solas, el moro mayor debe estar en el salón para variar…
- Mira hija, tu tía Aurelia es como un mal yogurt. Qué se puede esperar de ese cuerpo pequeño y enjuto, coronado por un moño escaso y pobre, de un castaño desgastado y tan perfectamente repeinado que sólo puede llevarlo recogido en una redecilla a la altura de la nuca. Y los ojos…., Ja! Qué decir de sus ojos…. No te fíes nunca de unos ojos pequeños como cortes de navaja, de ese intenso azul que todo lo congela. Con esas manos finas de dedos demasiado alargados y repletas de diminutas arrugas, y esas uñas cóncavas y mal formadas que acaban de darle ese aspecto de….
- Mamá! Por Dios! Te has puesto alas en la boca!
- Es que acabo de tomarme un whisquicito…¿seguimos sin moros? bueno pues ya que estamos deja que continúe que tu tía no tiene desperdicio… ese insoportable carácter de mosca revoloteando insistentemente en un día nublado apesta a podredumbre, y… ¿sabes? como apuntaría aquí tu agudo ingenio, menstrúa desprecio cada vez que se le ocurre abrir la boca
- Pero eso sí, desprecio cortés, claro está.
- Exacto, qué interesante hija… resulta que me siento mucho mejor…
- Te creo! Vaya retahíla de maravillas que acabas de soltar, bendita seas!
- Bueno… y qué te parece si llevamos al matadero a Antonio? Pero esta vez el martillazo en la sesera se lo das tú… venga! Anímate!
- Mamà… ¿cuánto whis-qui-ci-to te has tomado? De acuerdo, allí voy. Yo creo que tío Tono es un poco más moderado, ha adquirido el derecho de imponer su visión “desde fuera”, como siempre se encarga de matizar, y por tanto muchísimo más clara y definida que la del resto de los mortales. Ante cualquier situación que afecte a esta familia, él es el Juez imparcial que posee la verdad absoluta, y lo más absurdo de todo es que tiene el poder de idiotizarnos las neuronas porque a lo máximo que nos atrevemos es a asentir con la cabeza.
- Vaya, que modosita te me has vuelto Amira… pero vale, se acepta.
- Y Tomás…., bueno Tomás siempre se ha mantenido un poco al margen, probrecito mío, no es que se sienta cómodo en estas reuniones, pero tampoco sabe cómo evitarlas. Yo creo que se siente obligado por su impuesta gratitud hacia Aurelia y Tono. Así se lo han inculcado desde pequeño, ¿sabías que cada noche de su vida, al rezar sus oraciones, debía inexcusablemente dar las gracias a Nuestro Señor por la bondad de los tíos, que lo habían acogido en el seno familiar sin reparos y con todo su amor tras la muerte de sus padres? Es monstruoso, él era sólo un crío!
- Sí, es monstruoso, efectivamente. Amira… nos hemos olvidado del personaje más importante de todos ¿no te parece?
- ¿Te refieres a papá?
- Hija… he dicho im-por-tan-te…
- Entonces sólo puede tratarse de Victoria.
- Sí, Victoria era un mundo a parte en sí mismo, demasiado especial para pasar desapercibida en un universo de gente vulgar, pero yo creo que fue tremendamente lista. Supo protegerse tras el nombre de los Miraflores, demasiado respetado como para ser atacado públicamente, supo vivir bajo las pautas y las reglas del bien hacer de puertas hacia fuera. A misa todos los Domingos y fiestas de guardar, impecable en las reuniones de la vecindad, vestida con la elegancia justa de quien lo es desde dentro y no necesita manifestarlo por fuera. También ella había sabido imprimir en su rostro una sonrisa amablemente dulzona que prodigaba siempre, la había visto “actuar” muchas veces y a mi no podía engañarme, siempre vi en sus ojos esa alegría íntima de saberse a salvo de toda aquella mediocridad.



Sonó el timbre, las cinco en punto. Vi a Aurelia dar un respingo y levantarse de su asiento casi sin dar tiempo a que los demás tomaran consciencia de la realidad de aquel sonido de campana vieja.

- Ya voy yo querida, debe ser Don Arturo. Yo me encargo.
- Como quieras Aurelia, gracias.

Al poco estábamos instalados todos en la sala, Don Arturo se hallaba de pie, de espaldas a la chimenea de mármol blanco coronada por una decena de portarretratos que contenían la historia amarilla de la mayoría de las personas presentes en aquella sala, reflejada la espalda azul marino de impecable corte inglés, en el espejo veneciano que reposaba sobre la chimenea. Los demás nos habíamos acomodado en las diferentes butacas y butacones que ya habían protagonizado momentos de incómodo desacuerdo entre mi madre y Aurelia unas horas antes, por el mero sacrilegio que, al parecer, suponía o “debía forzosamente suponer” moverlos de su emplazamiento habitual. Pero al final, tía Aurelia, en una especie de borrachera milagrosa, había cedido, creo que por primera vez en su vida, a la iniciativa de mamá.

Don Arturo empezó a hablar tras un leve carraspeo.

-Bien, puesto que todos habéis tomado asiento, y en mi condición de Notario capacitado y Albacea particular de Doña Victoria, no reuniendo ninguno de los presentes causa alguna de indignidad sucesoria, procederé ahora a dar curso a la voluntad expresa de Doña Victoria Artús Guinovart, que acudió ante mí, por libre decisión y en sus plenas facultades mentales, en mi domicilio social de la calle Escudería de esta localidad, el pasado mes de Octubre, en el día 16 a las 10,30 horas…

Mi abuela era impresionante en más de un sentido, una verdadera superviviente hasta el último momento. La lectura del testamento se hizo de forma totalmente anómala siguiendo su expresa voluntad. Dejó claramente perfilado en el documento testamentario el modo y manera en el que debía procederse, así que nos entregaron un sobre cerrado a cada uno, donde se suponía que Victoria se despedía de manera privada y personal, ordenando así mismo legado de confianza y prohibiendo explícitamente su revelación, con el requisito indispensable de que el Notario, Don Arturo Deulofeu de la Miranda, estuviera presente en el momento de abrirlos y diera fe de que todos y cada uno de nosotros habíamos leído su contenido en intimidad pero en su presencia, tras la lectura todos deberíamos manifestar por escrito, en los documentos que Don Arturo nos había entregado juntamente con los sobres, que nos dábamos por enterados y que nos obligábamos a nada más pedir ni reclamar.


Por más tiempo que pase, nunca podré olvidar sus caras. Victoria había chafado en un plis plas todo el meollo de la fiesta. Mi abuela, una vez más, se había reído de todos ellos, privándoles del momento que todos anhelaban, el momento de poner en común quién había sido el más querido, quien se había llevado la mejor parte, allí ante todos, de manera consensuada y aceptada, como siempre se hacían las cosas entre los Miraflores. Pero no, casi pude imaginarme la carcajada de Victoria. Genial! abuela, estuviste genial.

Recuerdo que en el rostro de Don Arturo se dibujó casi inconscientemente una tímida sonrisa de complicidad que no pasó desapercibida a los ojos de tía Aurelia, e imagino que a su estómago tampoco, echaba fuego.

Pero aquel sábado tenía reservadas todavía algunas sorpresas. La broma de Victoria no acabó aquí, después de recoger todos los manifiestos debidamente firmados por cada uno de los presentes, Don Arturo debía asegurarse personalmente de que la reunión familiar se disolviera, acompañó y despidió a cada uno de los integrantes de los dos brazos de la familia, así pues tía Aurelia, tío Tono y Tomás abandonaron la casa sobre las 7 de la tarde, y pondría la mano en el fuego de que se marcharon profundamente afectados por no haber podido desempeñar su papel tal y como era de menester.

Yo no tenía muy claro el grado de legalidad que podría o no tener la manera de proceder poco ortodoxa de la lectura de aquel testamento, pero la presencia y autoridad de Don Arturo, y el peso del carácter de la abuela, bastó para que nadie se saliera del redil, al menos durante ese sábado.




(continuará...)
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"Quien te dio permiso", novela corta merecedora de accéssit y mención especial en el certámen de novela corta Katharsis 2008.

3 comentaris:

Amando Carabias ha dit...

Desde este momento, quiero tener una abuela como Victoria. ¡Qué carácter tan original! Bravo.
A mí numca me pasará tener que hacer un testamento más que nada porque no habrá nada sobre lo que testar, pero si por suerte o por castigo, que esto nunca se sabe, pasara algo así y tuviera una hija como Aurelia, haría algo por el estilo, desde luego que sí.
Bravo, repito.

PD. El retrato de Aurelia (además de genial, como los otros retratos -por cierto, sabio recurso el de presentárnoslos desde ese diálogo tan 'poético y sarcástico-), me recuerda con demasiada contundencia, excepto en el color de los ojos, a cierta persona que estuvo a punto de machucarme el corazón para siempre.

Un beso.

Isabel Huete ha dit...

Ay, madre mía, qué interesante está. Cada vez me gusta más el personaje de la madre porque ¡me recuerda a la mía! Siempre tan discreta que parecía que nada la alteraba y cuando se tomaba un vinito, ¡zás!, se desparramaba con una pizca de malicia que me hacía partirme de risa. Era genial.
Besitos, hermosa.

Isolda Wagner ha dit...

Tengo un come come; me encanta Victoria; si te digo la verdad en mi familia hubo varias, eso sí con los modales siempre a flor de piel y la hipocresía como ambientador en el salón.
Besos expectantes, Marian.