A Roberto Cantele, por todo.
Yo, turista de lujo
en la terraza norte del primer balneario
de un océano recién nacido, doy fe.
Dicen que la mujer mata
por el cabello y por los ojos
mientras se viste de épica y regaliz,
yo digo que no hay flechazo
para la mística irresponsable que olvida el gemido.
Transito pueril entre los sables,
paseo de tumba en tumba
aferrada siempre a esta vida de cisnes
y malos entendidos,
llevando dos mundos en mi nuca.
Cuando de la herida mana el griterío
y en vez de sumar
divide limpiamente lo que toca,
es el momento de golpear la puerta y entrar
sin más credenciales que un dardo rojo de sangre
y una tarde perforada de buenas intenciones.
Si evacuo la miel y el páramo de trigo
con el que me reconoció la madrugada,
os aseguro que en pleno enjuague bucal
descubriré mis cenizas.
Yo, turista de lujo
en la terraza norte del primer balneario
de un océano recién nacido, doy fe.
Dicen que la mujer mata
por el cabello y por los ojos
mientras se viste de épica y regaliz,
yo digo que no hay flechazo
para la mística irresponsable que olvida el gemido.
Transito pueril entre los sables,
paseo de tumba en tumba
aferrada siempre a esta vida de cisnes
y malos entendidos,
llevando dos mundos en mi nuca.
Cuando de la herida mana el griterío
y en vez de sumar
divide limpiamente lo que toca,
es el momento de golpear la puerta y entrar
sin más credenciales que un dardo rojo de sangre
y una tarde perforada de buenas intenciones.
Si evacuo la miel y el páramo de trigo
con el que me reconoció la madrugada,
os aseguro que en pleno enjuague bucal
descubriré mis cenizas.
1 comentari:
Precioso.
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