-Entre Grito y Grito.-
Necesitaba escribirte, aunque no sé muy bien en qué parte de los cientos de metros de intestino de tierra abierta te encontraré, ni en qué estado de putrefacción tendrás la esperanza cuando algún día leas estas líneas.
Por esta parte del mundo nada ha cambiado. En este barrio unisex y sin edad, se siguen criando sabandijas, sólo que ahora son más disciplinadas, os toman como ejemplo, admiran vuestra resolución y el odio que lleváis por uniforme y que os da de comer. Ahora el paisaje con el que nos tomamos el café son ejércitos enteros en perfecta formación, apuntando directamente a la gota de sudor que, desesperada, intenta llegar al mar. Pobre estúpida, para ahogarse no se precisa un océano ¿verdad?, pero aquí ya no queda nadie en su sano juicio para decirles que basta con acariciar el cañón de proa con la punta de la lengua y esperar a que nos fotografíen para hacernos eternos, necesarios, restaurables.
El mar está nervioso, querido amigo, los olores despiertan y se corrompen aplazando la muerte de las nubes, las cuencas del mundo se vacían y nosotros con ellas, abandonados en ataúdes lentos. No importa lo sólidas que sean las trincheras, cuando la sangre inunda el estómago y nos acostumbramos a digerirla, ya no hay diferencia entre ellos y nosotros, todos estamos a miles de kilómetros de nuestra propia humanidad.
¿Crees que volveremos a vernos? Este universo está tan roto que las estrellas ya no se sostienen, se atropellan de puro miedo.
El dolor nos mira de frente, tú lo sabes bien, y no nos queda tiempo para reivindicarnos, no hay fotografía posible, no seremos eternos, necesarios, restaurables.
¿Recuerdas cuando me decías que creías en el miedo de las estrellas? Yo creo en los rincones del espacio, en el silencio que tiembla ante la idea de nombrarme, porque los nombres tienen silueta, y sudan y corren y pueden ser castradores de ratas en mareas de mármol.
Cuídate mucho de los nombres, mi querido amigo, mi querido hermano, porque hay nombres peligrosos como obuses. Viajeros que buscan el rumbo de las cosas sin suerte, el olvido y sus errores. Pesan mucho y sus pies son enormes, cuídate de ellos, siempre.
Hazme caso, son nombres voluminosos, olvidados de sí mismos, que miran siempre a un cielo de arquitecturas imposibles. Son nombres heroicos y su memoria se guarda en cartas selladas, lejos de la historia y su sonrisa animal, lejos de los ojos de blandas miserias, lejos de todo lo humanamente respirable, y esos son los nombres que han de salvarnos, son los que darán fe de nuestra existencia cuando ya no quede nada que decir, ni nadie a quién contar que en un pasado remoto, fuimos inocentes. No les escuches, corazón, no les escuches porque al final, venderán tu suerte de igual manera que han vendido ya tu sangre, su mordedura es letal y más eterna que la mismísima muerte.
Ten cuidado, amigo mío, sigue siendo el superviviente que eras cuando te reclutaron, y con un poco de suerte, aún nos quedará la imaginación con la que arroparnos cuando todo acabe.
Yo como siempre, seguiré abriendo la ventana, todos los días, para que pueda llegarme tu respiración entre grito y grito.
Por esta parte del mundo nada ha cambiado. En este barrio unisex y sin edad, se siguen criando sabandijas, sólo que ahora son más disciplinadas, os toman como ejemplo, admiran vuestra resolución y el odio que lleváis por uniforme y que os da de comer. Ahora el paisaje con el que nos tomamos el café son ejércitos enteros en perfecta formación, apuntando directamente a la gota de sudor que, desesperada, intenta llegar al mar. Pobre estúpida, para ahogarse no se precisa un océano ¿verdad?, pero aquí ya no queda nadie en su sano juicio para decirles que basta con acariciar el cañón de proa con la punta de la lengua y esperar a que nos fotografíen para hacernos eternos, necesarios, restaurables.
El mar está nervioso, querido amigo, los olores despiertan y se corrompen aplazando la muerte de las nubes, las cuencas del mundo se vacían y nosotros con ellas, abandonados en ataúdes lentos. No importa lo sólidas que sean las trincheras, cuando la sangre inunda el estómago y nos acostumbramos a digerirla, ya no hay diferencia entre ellos y nosotros, todos estamos a miles de kilómetros de nuestra propia humanidad.
¿Crees que volveremos a vernos? Este universo está tan roto que las estrellas ya no se sostienen, se atropellan de puro miedo.
El dolor nos mira de frente, tú lo sabes bien, y no nos queda tiempo para reivindicarnos, no hay fotografía posible, no seremos eternos, necesarios, restaurables.
¿Recuerdas cuando me decías que creías en el miedo de las estrellas? Yo creo en los rincones del espacio, en el silencio que tiembla ante la idea de nombrarme, porque los nombres tienen silueta, y sudan y corren y pueden ser castradores de ratas en mareas de mármol.
Cuídate mucho de los nombres, mi querido amigo, mi querido hermano, porque hay nombres peligrosos como obuses. Viajeros que buscan el rumbo de las cosas sin suerte, el olvido y sus errores. Pesan mucho y sus pies son enormes, cuídate de ellos, siempre.
Hazme caso, son nombres voluminosos, olvidados de sí mismos, que miran siempre a un cielo de arquitecturas imposibles. Son nombres heroicos y su memoria se guarda en cartas selladas, lejos de la historia y su sonrisa animal, lejos de los ojos de blandas miserias, lejos de todo lo humanamente respirable, y esos son los nombres que han de salvarnos, son los que darán fe de nuestra existencia cuando ya no quede nada que decir, ni nadie a quién contar que en un pasado remoto, fuimos inocentes. No les escuches, corazón, no les escuches porque al final, venderán tu suerte de igual manera que han vendido ya tu sangre, su mordedura es letal y más eterna que la mismísima muerte.
Ten cuidado, amigo mío, sigue siendo el superviviente que eras cuando te reclutaron, y con un poco de suerte, aún nos quedará la imaginación con la que arroparnos cuando todo acabe.
Yo como siempre, seguiré abriendo la ventana, todos los días, para que pueda llegarme tu respiración entre grito y grito.
1 comentari:
Marian, debajo de ese sarcófago de tierra también habitan los gritos y las oraciones en distintos idiomas verbales.
Debajo de la tierra están los mismos signos que debajo de la misma luna.
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