divendres, 14 de març del 2008

DEMASIADA SUCIEDAD HACIENDO LA SIESTA EN LAS FOSAS NASALES



Suciedad por todas partes, acampada incluso en el ombligo de la noche, es insoportable. Los que se dan cita habitualmente bajo las farolas, no paran de hurgarse los bolsillos por si encuentran con qué disolver las molestas placas tectónicas que recubren la silueta de sus cerebros, pero todo es en vano, debe tratarse de una suciedad laureada en técnicas de camuflaje. Se adhiere como hollín a la piel del silencio, asalta por sorpresa los escaparates de cada uno de nosotros y fornica con nuestros puntos débiles desde atrás, siempre desde atrás, abriéndonos de par en par y reventándonos de ansia.

No hay redención para los náufragos, y yo nací siendo un naufragio, así que tuve que matricular a mi alma en un curso acelerado de natación y aprendí a ir apartando a mi paso, con un perfecto estilo de mariposa -eso sí-, el rebaño de corazones paralíticos que componen este océano de inmundicia. Lo conseguí, pero como todo en esta vida, esa habilidad tiene un precio.

Juro que lo intento todos los días. Recojo cuidadosamente los restos de los conciertos de Blues que suelo organizar en el salón, despido a un par de individuos que acaban siempre teniendo un affaire puramente sexual con mi alfombra y les hago salir de estampida. A gritos, con toda la capacidad torácica que me permite la resaca cuando decide apiadarse de mi, les echo antes de que llegue el vómito. No podría soportar ver más deshechos peleando por ser el nuevo colchón de la base de mi espalda, no, no, huele demasiado mal y las bolsas de basura que suelo ponerme como ropa interior hace mucho que no visitan al dietista.

La mañana se lava los dientes con agua de holocausto, siempre.

No alcanzo a entender donde narices se esconden los amaneceres “normales”, los urbanitas educados y trajeados, aquellos que se levantan temprano, se asean y encorbatan ante la taza urgente de café, y luego se disponen a ir a la oficina, -ya depende de la clase social a la que pertenezcan para que se arriesguen a coger el autobús o sencillamente cojan un taxi-, leen en el periódico las últimas atrocidades de la luna y son puntuales. Almuerzan sin que las migas de pan rancio les llaguen los ojos, respiran a pulmón lleno la bendita polución para poder quejarse, y cuando acaban su jornada se retiran silenciosos -no sin antes traficar con el rojo que aún les queda a las puertas del infierno, pero eso no lo sabe casi nadie-. quizá pertenezcan ya a una especie en vías de extinción y pronto sean materia de estudio obligatorio en la universidad de mundología.

Yo sólo sé que aún a pesar de mis intentos, el plato de ducha sigue pareciéndose sospechosamente a una cebra, y mis ventanas esperan en el corredor de la muerte la última sentencia. La sentencia de un gris merengo que huele a óxido, sí, a mi alrededor, al menos hasta donde alcanza mi vista, los poros tienen una tez humeante y viscosa, desagradablemente tibia y muy, muy gris. Bailan claqué bamboleando su mórbido aliento, mientras la sangre le pone el contrapunto a la melodía de la muerte. Ese es el nuevo blues de mis estrofas, el único posible en este hervidero donde nada se recicla, no porque seamos incívicos y no nos preocupe la ecología de nuestras bombas de cobalto, sino simplemente porque no vale la pena.
En vez de árboles, sólo hay un campo de bombillas que iluminan la cornisa desde donde, probablemente, decida suicidarme. Bueno, no está nada mal, al menos sigo teniendo cornisa y hasta la fecha, nadie ha conseguido que me afilie a la lobotomía televisiva del sistema.

Saldamos deudas a diario, queramos o no. Hay demasiada suciedad haciendo la siesta en las fosas nasales y nadie les llama la atención, hay huelga de celadores en el hospital de la palabra y nos estamos olvidando del lenguaje con el que se hierra el error. No deberíamos olvidar que sólo nos está permitido dormir una hora, ya que el precio que hay que pagar por sobrevivir, es invertir el resto de tu vida practicando esgrima con las reumáticas agujas del Rolex de Dios, y dar las gracias, por supuesto.