divendres, 13 d’abril del 2018

Emilio Aparicio se adentra en "El insomnio de los verbos cansados"

Mi amiga y poeta F Poet Bea me pasa el poemario “El insomnio de los verbos cansados” de Marian Raméntol. Leo pues...

A Marian la conocí, allende el tiempo, en un foro de poesía en la red. 

Ahora tiene libro -yo no-. Y pienso: una reseña (crítica) de poesía es la distancia que va entre quien escribe algo y el que no escribe nada; y en sentido unidireccional, entre lo que el reseñista intuye debe ser tal cosa estética, y el vacío que genera en su ánima el hecho mismo de no haber conseguido sintetizar, en parte alguna, aquello que preconiza en su teoría. O sea, que quién soy yo para...
Tengo a Schelling, a Hegel y a Kant en las estanterías, y algo me dice que estos hablaban de estética en esos libros tan..., adiposos; pero uno, que se sabe un simple recluta del tiempo, se conforma con aquello que decía Ortega: “Qué cosa tan maravillosa la espontaneidad”(sic). Entonces…
Tras leer a Marian pienso: no se va a Compostela por nada, sino que se va a redimirse con su estética y con su mística (concretamente se va a ver su catedral. Y ahí, el maestro Mateo, tiene mucho que decir).

La cosa va –la analogía va- de que a mí, "El insomnio de los verbos cansados", no es que me parezca un poemario románico en su composición, sino, simplemente, que se me antoja - que me evoca, más bien-, la manera de cincelar del viejo maestro cantero, hasta conseguir un estilo perfectamente definido en sus formas, cualesquiera que estas sean…

Aquí no hablamos de un tiempo histórico concreto, sino de cincel (pluma); del duro esfuerzo vital y tensión neuronal, para que de la duramadre que protege y separa la nervadura de la forma, se pueda y se sepa extraer la esencia poética, que a mi modo de entender se parece bastante a esta edificación catedralicia. 

Pero una catedral es siempre una forma general de arquitectura, si la observamos en sentido diacrónico, es decir, sin necesitar un tiempo histórico concreto donde fijar nuestras intenciones asociativas, sino, más bien, atendiendo a su evolución. 

Aquí lo que nos interesa es el icono monumental, aquello que nos permite la evocación simbólica de una estética lingüística determinada, que basa su evolución en un sentido arquitectónico rotundo, y que, Marian, consigue sincronizar en lo contemporáneo dejando diáfana, de alguna manera, la nave central del tiempo poético.

Pero eso es sólo el aspecto exterior que alberga una coloratura y un tono también asociativo, pero sin pretensiones de rigor histórico. En su interior: polifonía de motete a varias voces, o madrigal; no estoy seguro…

Pocos silencios hay - quiero decir, que no hay mudez de la voz poética en el sentido peyorativo-, sino voces superpuestas y armónicas que resuenan sobre los pilares y bóvedas de la suntuosa catedral.
Dejo, ya, la analogía, aunque sigue perenne mi lectura, Beatriz, en el interior de la iglesia (poemario) que Marian ha construido. Escritos aquí mis pensamientos, imagino, sin embargo, no están sobre el papel, sino deslavazados en mi cabeza, como a un feligrés sentado en su banco al que le imponen el silencio, mientras escucha, contradictoriamente, y como contraste, esta suntuosidad Mariana, este Stabat Mater a lo Raméntol…

Emilio Aparicio