MI MONSTRUO MÁS AMADO

Imagen propiedad del fotógrafo Joshua Hoffine.

…la voz de tu carne;
noche abierta de mis venas
donde sangran las palabras.
Antonio Marín Albalate.

Hoy he vuelto a morder el incendio helado en los pulmones, la temperatura inyectable de las aceras, la noche ofrecida, la voz de tu carne quieta, su sonoridad en mis huesos, y el mismo grano de arena que se encaramó a tus piernas de hojaldre; torres de silencios y batallas abrazadas a los pistilos libres de un corazón de agua, mientras la espuma me devuelve un cuerpo hinchado de letras, repetido mil veces en la hora inconclusa de mi demencia, y tu imagen se escapa, blanda, de las manos.

No sé si cavarte una fosa de poemas impares, hervidos en el límite de tus naufragios, prófugos de ti mismo; para que sean ellos los sepultureros de tus límites en el abismo de palabras que te vio nacer, y pueda yo, bajo toneladas de vocales transparentes, nombrarte despacio y secar con la sal de mi pelo las llagas que permanecen enredadas en tu imposible caña de pesca.

No sé si rellenar mis colores con los crustáceos que te oyeron gritar tu última voluntad turquesa o con la fiebre que aún te lleva y cruza a nado mi sangre, permitiendo que te marches impunemente huérfano.

Tu muerte me trabaja.

Sigue detonando la tarde sobre los peces, como un lápiz de labios sobre la risa del mar, tan inertes como el desnudo al confesarse, al saberse incapaz de robarle a las olas el perdón de la huida, el huracán de un pecho crecido hasta el horror. Me pica el azufre de tu espalda, los ejes desdentados de un dios que se quedó pequeño a pesar de reinventar el mundo y regalármelo.

Eres mi monstruo más amado
y no puedo perdonarte esa última canción en tus ojos, tributo líquido de toda condena.

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