Entrevista a Marian
Ramentol Serratosa para El llanto de las libélulas
1.- ¿A la hora de
escribir a qué ingrediente poético otorga mayor protagonismo, a la palabra o a
la imagen?
Lo ideal sería el
equilibrio entre ambas, esa interrelación armónica que les llevase a situarse
en un mismo plano, pero en mi caso no sucede así.
La palabra en mi
poética es, la mayoría de las veces, el mero útil que utilizan las imágenes
para emerger y manifestarse, para conducir la expresión del sentimiento, a
veces de manera casi visual, hasta el corazón del poema, allí suelen tomarse un
pequeño respiro, para continuar con su discurso plástico hasta el final. Mi
relación personal con las metáforas es tan estrecha, que no puedo concebir
mi palabra sin ellas.
2.- Siguiéndola a
usted en su andadura literaria es fácil observar su devoción por los clásicos
en general y por Quevedo en particular, aunque de un tiempo a esta parte es
notable el cambio de nomenclatura a la que ha venido sometiendo a su técnica
poética.
¿ A qué cree que
obedece este cambio tan peligroso y al mismo tiempo tan sustancial para su
avance?
En primer lugar, a
la entrada en mi vida de poetas como Vicente Huidobro, por ejemplo, que me han
enseñado que existen las mujeres-verano que caminan hacia atrás, que es posible
que las flores crezcan hacia abajo, y que existen violines como puentes curvos
entre las almas. A Huidobro le siguieron otros, Oliveiro Girondo, Cristina Peri
Rossi, Olga Orozco y Valente, entre ellos.
Mi inquietud para
redefinir el lenguaje y adecuarlo a mi versión de los hechos, ha conseguido el
resto, es decir, me ha liberado de ciertas fórmulas muy arraigadas a mis
primeras tendencias literarias y me ha casi “obligado” a subirme a esta
“especie de tren de la locura” donde no existen las estaciones intermedias, y
la palabra practica el nudismo en playas que no salen en los catálogos, o donde
las censuras son expertas nadadoras de croll. Hoy en día, mi palabra ya no
tiene miedo a los abismos, y si es necesario hacer un doble mortal para acomodarse
en algún bolsillo desarmado, o necesita convertirse en ludópata para agotar los
sentidos, sencillamente, se atreve, podría decirse que mi palabra empieza a
asumir el concepto de valentía con todas las consecuencias.
3.- Cuando el
lector se sumerge en su micro universo poético tiene la sensación de caminar
sobre unos escenarios perfectamente delineados pero en ocasiones casi acólitos
del silencio. ¿Esa imposición de la imagen sobre la palabra que usted escoge
para sus poemas, parte de esta etapa de experimentación o es más bien el
producto incontrolado de ese querer desasirse de sus raíces clásicas?
La imposición de la
imagen ha sido siempre una constante en
mi forma de versar, tanto en mis raíces clásicas, en las que ya eran las
absolutas protagonistas, aunque con tintes mucho más “Quevedianos” o
“Gongorinos” hasta la fase actual.
Cierto es, que al
liberarse de ciertos “corsés lingüisticos” que las maniataban a escenarios
mucho más rígidos, han tomado más fuerza y bravura, podríamos decir que se han
“desmelenado” reafirmándose como una nueva forma de expresión donde es posible
expandir el sentimiento más allá del término. Si con una imagen se consigue
llegar a remover todas las fibras del lector, impactar en las retinas todo un
mensaje, quizá codificado, pero también global…. ¿Para qué abusar de la
palabra?
4.- Otro apartado
interesante de su trabajo es esa insistencia suya en decantarse hacia títulos realmente escandalosos para
bautizar a sus poemas. ¿Se trata de una táctica para atraer al lector hacia ese
afán de novedad que parece perseguir en todos sus trabajos?
Los títulos son la
tarjeta de visita de los poemas, y deberíamos prestarles siempre la atención
que merecen. Un título que desvele demasiado provocará el abandono del lector
antes de empezar, porque el poema ya no será promesa de nada, y debe serlo,
debe ser la promesa velada del descubrimiento, la provocación, la seducción
irresistible que provoque en el lector la firme intención de conocerlo, de
descifrarlo y apoderarse de su secreto. Yo diría incluso más, el título es el
D.N.I. del poema, su identificación más personal e inequívoca.
5.- Y por último,
¿no teme que acabará cansada de esta nueva faceta y retornará después del
experimento a su raíz clásica?
Creo que no podría.
Por supuesto, sigo
adorando a Quevedo, pero es una cuestión de manifestación personal, en este
largo camino de lo poético, donde todos somos aprendices, y donde siempre debemos
experimentar para poder seguir avanzando, uno encuentra poco a poco la voz con
la que se siente más cómodo, esa que le permite mantener una forma genuina de
expresión sin claustrofobias ni estancamientos. No sé hacia donde me llevarán
mis pasos, ni hasta qué punto mi voz seguirá siendo la amante del adverbio no
inventado, pero lo que sí sé, es que en este viaje, no existen los billetes de
vuelta. Cuando dejas de reconocerte es que ha llegado el momento del cambio, y
asumirlo, es parte de la aventura.
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