dilluns, 3 de gener del 2005

El llanto de las libélulas. Marzo 2006.



Entrevista a Marian Ramentol Serratosa para El llanto de las libélulas


1.- ¿A la hora de escribir a qué ingrediente poético otorga mayor protagonismo, a la palabra o a la imagen?

Lo ideal sería el equilibrio entre ambas, esa interrelación armónica que les llevase a situarse en un mismo plano, pero en mi caso no sucede así.

La palabra en mi poética es, la mayoría de las veces, el mero útil que utilizan las imágenes para emerger y manifestarse, para conducir la expresión del sentimiento, a veces de manera casi visual, hasta el corazón del poema, allí suelen tomarse un pequeño respiro, para continuar con su discurso plástico hasta el final. Mi relación personal con las metáforas es tan estrecha, que no puedo concebir mi  palabra sin ellas.


2.- Siguiéndola a usted en su andadura literaria es fácil observar su devoción por los clásicos en general y por Quevedo en particular, aunque de un tiempo a esta parte es notable el cambio de nomenclatura a la que ha venido sometiendo a su técnica poética.
¿ A qué cree que obedece este cambio tan peligroso y al mismo tiempo tan sustancial para su avance?

En primer lugar, a la entrada en mi vida de poetas como Vicente Huidobro, por ejemplo, que me han enseñado que existen las mujeres-verano que caminan hacia atrás, que es posible que las flores crezcan hacia abajo, y que existen violines como puentes curvos entre las almas. A Huidobro le siguieron otros, Oliveiro Girondo, Cristina Peri Rossi, Olga Orozco y Valente, entre ellos.

Mi inquietud para redefinir el lenguaje y adecuarlo a mi versión de los hechos, ha conseguido el resto, es decir, me ha liberado de ciertas fórmulas muy arraigadas a mis primeras tendencias literarias y me ha casi “obligado” a subirme a esta “especie de tren de la locura” donde no existen las estaciones intermedias, y la palabra practica el nudismo en playas que no salen en los catálogos, o donde las censuras son expertas nadadoras de croll. Hoy en día, mi palabra ya no tiene miedo a los abismos, y si es necesario hacer un doble mortal para acomodarse en algún bolsillo desarmado, o necesita convertirse en ludópata para agotar los sentidos, sencillamente, se atreve, podría decirse que mi palabra empieza a asumir el concepto de valentía con todas las consecuencias.


3.- Cuando el lector se sumerge en su micro universo poético tiene la sensación de caminar sobre unos escenarios perfectamente delineados pero en ocasiones casi acólitos del silencio. ¿Esa imposición de la imagen sobre la palabra que usted escoge para sus poemas, parte de esta etapa de experimentación o es más bien el producto incontrolado de ese querer desasirse de sus raíces clásicas?

La imposición de la imagen  ha sido siempre una constante en mi forma de versar, tanto en mis raíces clásicas, en las que ya eran las absolutas protagonistas, aunque con tintes mucho más “Quevedianos” o “Gongorinos” hasta la fase actual.
Cierto es, que al liberarse de ciertos “corsés lingüisticos” que las maniataban a escenarios mucho más rígidos, han tomado más fuerza y bravura, podríamos decir que se han “desmelenado” reafirmándose como una nueva forma de expresión donde es posible expandir el sentimiento más allá del término. Si con una imagen se consigue llegar a remover todas las fibras del lector, impactar en las retinas todo un mensaje, quizá codificado, pero también global…. ¿Para qué abusar de la palabra?


4.- Otro apartado interesante de su trabajo es esa insistencia suya en decantarse  hacia títulos realmente escandalosos para bautizar a sus poemas. ¿Se trata de una táctica para atraer al lector hacia ese afán de novedad que parece perseguir en todos sus trabajos?

Los títulos son la tarjeta de visita de los poemas, y deberíamos prestarles siempre la atención que merecen. Un título que desvele demasiado provocará el abandono del lector antes de empezar, porque el poema ya no será promesa de nada, y debe serlo, debe ser la promesa velada del descubrimiento, la provocación, la seducción irresistible que provoque en el lector la firme intención de conocerlo, de descifrarlo y apoderarse de su secreto. Yo diría incluso más, el título es el D.N.I. del poema, su identificación más personal e inequívoca.

5.- Y por último, ¿no teme que acabará cansada de esta nueva faceta y retornará después del experimento a su raíz clásica?

Creo que no podría.
Por supuesto, sigo adorando a Quevedo, pero es una cuestión de manifestación personal, en este largo camino de lo poético, donde todos somos aprendices, y donde siempre debemos experimentar para poder seguir avanzando, uno encuentra poco a poco la voz con la que se siente más cómodo, esa que le permite mantener una forma genuina de expresión sin claustrofobias ni estancamientos. No sé hacia donde me llevarán mis pasos, ni hasta qué punto mi voz seguirá siendo la amante del adverbio no inventado, pero lo que sí sé, es que en este viaje, no existen los billetes de vuelta. Cuando dejas de reconocerte es que ha llegado el momento del cambio, y asumirlo, es parte de la aventura.