dijous, 9 d’octubre del 2008

Sobre mi: MIS ABUELOS POÉTICOS.

En mi relación inicial con la pluma (o con su homólogo moderno), fue el barroco quien marcó mis primeras tendencias, las hipérboles y el oscurantismo del léxico propio de autores como Góngora o Quevedo, me provocaban chiribitas en los ojos. Mi experimentación por aquel entonces iba dirigida hacia la textura de las palabras, su peso, su sonoridad, su propio volumen, su tacto, en fin, que no era lo mismo decir “cinturón” que “tahalí”, por ejemplo.

Y aunque quede ya muy lejos de mi estilo actual, merecen estar presentes en esta sección, los dos, porque en realidad ellos fueron mis “abuelos” en esta larga aventura de lo poético.

LUIS DE GONGORA Y ARGOTE



LUIS DE GÓNGORA (1561- 1627)

Hurtas mi vulto y, cuanto más le debe
a tu pincel, dos veces peregrino,
de espíritu vivaz el breve lino
en las colores que sediento bebe,
vanas cenizas temo al lino breve,
que émulo del barro lo imagino,
a quien, ya etéreo fuese, ya divino,
vida le fió muda esplendor leve.
Belga gentil, prosigue al hurto noble;
que a su materia perdonará el fuego,
y el tiempo ignorará su contextura.
Los siglos que en sus hojas cuenta un roble,
árbol los cuenta sordo, tronco ciego;
quien más ve, quien más oye, menos dura.

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FRANCISCO DE QUEVEDO



A UNA NARIZ

Érase un hombre a una nariz pegado,
érase una nariz superlativa,
érase una nariz sayón y escriba,
érase un pez espada muy barbado.

Érase un reloj de sol mal encarado,
érase un alquitara pensativa,
érase un elefante boca arriba,
era Ovidio Nasón mas narizado.

Érase un espolón de una galera,
érase una pirámide de Egipto,
las doce tribus de narices era.

Érase un naricísimo infinito,
muchísima nariz, nariz tan fiera,
que en la cara de Anás fuera delito.

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Mis pasos por aquel entonces:

GRAMÁTICA PERFECTA

¡Cuanta dicha se derrama!
Ser testigo de la declinación de tu voz,
preámbulo de un murmullo en los oídos.

Prólogo del va-y-ven salobre que
perfila en la arena, incansable, el epílogo
del rastro acuoso de tu lágrima.

Eufonía de presencias ignotas
rememorando la fonética de tu piel.

Que suerte ser la antesala desmedida
que atesora las silabas de tu sueño.
Fragua de sinónimos, que flirtean maliciosos
con los antónimos de tu alma,
sin artículos determinantes del género de tus besos.

Quien pudiera adjetivar
la posesión de ese cuerpo,
que desliza imperativos por mis manos,
en un perfecto absoluto de mi nombre.
Encontrar el indicativo exacto,
en un tomo de amor indiviso, tan extenso
que ni un Dios osaría acentuar.

Tutela mi instinto inexperto
mientras cincelo en tu espalda,
el adverbio aún no inventado,
ese, que no precise la lingüística
para saberse real. -Antífona de tu verbo-
el versículo capaz de enamorar la caricia,
entre conjunciones amables,
de tu gramática perfecta.

Marian Raméntol
del libro La Noria del Festejo. (Ediciones Atenas 2005)